Eran las tres de la tarde y estaba caminando por la vereda con mi perro. El pobre con la lengua afuera desde que salimos y yo pensando si así serían las cosas todos los días en veinte años cuando el famoso calentamiento global finalmente sea una realidad irrevocable. Me imaginé a todos caminando con sombrillas por la calle, como ya lo hacen en Asia, con aires acondicionados en cada habitación (¡en todas!), pagando precios exhorbitantes por agua dulce y comida fresca, etc. Pensé en qué harían los que tienen menos y no podrían costear esos "lujos", esos que no tuvieron ni voz ni voto en los años y años de uso indiscriminado de recursos naturales y contaminación ambiental a la que expusimos al Planeta.
Me empecé a sentir mal, quizá eran los 40ºC a la sombra o quizá era el peso del futuro que nos estamos dejando a todos, y frené a sentarme en un escalón a dejar pasar el malestar. Ahí fue cuando mirando un cantero me acordé del compost, de cómo el compostaje puede fijar los gases que contribuyen al calentamiento global en la tierra evitando que estén en la atmósfera. De cómo separando los residuos orgánicos (el 40% de lo que generamos diariamente) podemos ponerle fin al gas metano que se genera en los rellenos sanitarios y de paso no contaminar los residuos reciclables. Y entonces me imaginé un futuro en 5 años dónde todos tengan una compostera en sus balcones o terrazas compartidas de edificios, escuelas y oficinas, y me sentí mejor. Todavía podemos revertirlo. El éxito es la suma de pequeñas acciones.
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